En el siglo XIV, los habitantes de Londres –que ya era una de las ciudades más grandes del mundo– consumían más de un millón de fanegas de trigo y centeno y quemaban hasta cien mil toneladas de leña al año.James A. Galloway y Margaret Murphy, Feeding the City: Medieval
London and its Agrarian Hinterland, 1991, The London Journal, 16:1, 3-14, DOI: 10.1179/ldn.1991.16.1.
Siglos después, la industrialización y la urbanización de posguerra provocaron un aumento exponencial del consumo de recursos y de la huella medioambiental de la capital inglesa a medida que la gente trataba de mejorar sus condiciones de vida.
Teniendo en cuenta la previsión de que la población de Londres aumentará de los 7 millones actuales a 11 millones en 2050, estos problemas podrían agravarse si no se lleva a cabo una planificación eficaz.
Los londinenses no son los únicos que se enfrentan a estos retos.
Cada vez son más las ciudades de todo el mundo que tienen dificultades para satisfacer su creciente apetito de recursos naturales sin ocasionar un mayor estrés medioambiental.
El incesante crecimiento de la población urbana ejerce una enorme presión sobre los sistemas alimentarios, energéticos, materiales, hídricos y terrestres. A escala global, se prevé que el consumo de materiales de las ciudades del mundo –donde vivirán dos de cada tres personas a mediados de siglo– se duplique con creces hasta alcanzar los 90.000 millones de toneladas.International Resource Panel, The weight of cities, 2018
“Con recursos limitados, el consumo excesivo de una persona afecta a las perspectivas de otra; consumir más de su espacio de consumo justo provocaría déficit y, por tanto, invadiría el espacio de la otra persona”, afirma el Dr. Lewis Akenji, director general del Hot or Cool Institute, un centro de investigación con sede en Alemania que aporta perspectivas con base científica a cuestiones en las que el medio ambiente se entrecruza con la sociedad.
“Si no se subsana esta disparidad, podría producirse un desequilibrio ecológico y tensiones sociales”, añadió Akenji durante su intervención en la sesión plenaria de apertura de The Klosters Forum (TKF) en junio.
Un estudio del Hot or Cool Institute, del que Akenji fue autor principal, indica que los países de renta alta deben reducir las emisiones de carbono vinculadas a su consumo –también conocidas como huellas de carbono de los estilos de vida– hasta en un 95% para 2050 si pretenden mantenerse dentro del objetivo climático de 1,5 ºC del Acuerdo de París. El problema se hace extensivo a las economías de renta media-baja. En ellas, el consumo debe caer un 76% de aquí a finales de la década.
“El 10% de los ciudadanos más ricos del mundo son responsables del 50% de las emisiones derivadas del consumo total de los estilos de vida, mientras que el 50% más pobre solo es responsable del 10%. Esto pone de manifiesto la necesidad de implantar unas pautas de consumo equitativas y sostenibles”, argumenta.
El estudio se elaboró a partir de la contabilidad del carbono basada en el consumo, que abarca tanto las emisiones directas en un país como las emisiones incorporadas de los bienes que importa y excluye, al mismo tiempo, las emisiones incorporadas en los bienes que exporta. Más del 75% del consumo de recursos y de sus emisiones conexas se producen en las ciudades, pese a ocupar tan solo el 2% de la superficie terrestre del planeta.
Diseño de intervenciones para el estilo de vida de 1,5 ºC
Es evidente que, para que las ciudades se expandan pero se mantengan dentro del objetivo de 1,5 ºC, necesitan introducir cambios importantes en su planificación y construcción.
Pero antes de abordar esta cuestión, los urbanistas y proyectistas deben corregir determinados conceptos erróneos.
Por ejemplo, la eficiencia.
Utilizar los recursos de manera más eficiente es positivo porque reduce su consumo por unidad de producción. Los edificios con mejor aislamiento y más eficientes energéticamente, por ejemplo, consumen menos energía. Pero las mejoras de la eficiencia pueden verse contrarrestadas por el aumento del consumo del mismo producto, en un fenómeno conocido como efecto rebote. El informe sobre el estilo de vida de 1,5 ºC señala que el aumento del consumo como consecuencia de este efecto podría llegar a ser del 30%.
“Cada vez somos más eficientes, pero también construimos casas más grandes. Todas las mejoras de la eficiencia quedan anuladas por la cantidad de viviendas nuevas que construimos y la magnitud del consumo que efectuamos”, afirma Akenji.
Aunque en ocasiones se emplean políticas que prohíben directamente determinados productos no sostenibles, el informe señala que esto puede ser contraproducente y que puede resultar más eficaz introducir cambios más moderados y estratégicos, como la “edición de opciones”.
Por ejemplo, Chicago prohibió las bolsas de plástico fino en 2015 pero no sus variantes más gruesas, lo cual acabó aumentando el uso de plástico en lugar de reducirlo. Dos años después, Chicago volvió a intentarlo sustituyendo la prohibición por un impuesto de 7 centavos, el cual redujo el uso de bolsas de plástico del 82% al 54%.
Ciudades sin automóviles
Invertir en mejorar las carreteras o ampliar la disponibilidad de vehículos eléctricos son también políticas muy extendidas. Sin embargo, Akenji afirma que esto solo animará a la gente a conducir más.
“Estamos trasladando el problema, en lugar de resolverlo. La conclusión es que debemos reducir el número de automóviles en circulación”, afirma.
Como alternativa, Akenji propone que las ciudades utilicen la zonificación y que diseñen zonas peatonales compactas donde vivir, jugar y trabajar que animen a la gente a caminar, transitar en bicicleta o utilizar el transporte público. Al convertir las carreteras y aparcamientos en espacios públicos y jardines, el lujo pasa a estar a disposición de la ciudadanía en general, en vez de en manos de particulares.
Los barrios peatonales no solo reducen la contaminación y los costes sanitarios que conlleva, sino que además se ha demostrado que reportan beneficios económicos. Un estudio sobre calles comerciales realizado por la organización británica Living Streets demuestra que la peatonalización puede incrementar la afluencia y las ventas hasta en un 30%, y que los peatones pueden gastar hasta seis veces más que los compradores que llegan en automóvil.
Desde Milán y París hasta Londres y Nueva York, las ciudades están reasignando el espacio de las calles para dar prioridad a los peatones, corredores y ciclistas frente a los automóviles, así como peatonalizando los barrios. “En 2035, los automóviles habrán desaparecido de la mayoría de las ciudades”, afirma. “El ritmo de crecimiento ya está desarrollándose en este sentido”.