A lo largo de la historia, los árboles han sido un recurso vital para los seres humanos. Ahora que intentamos revertir el cambio climático, necesitamos su ayuda más que nunca.
Un grupo de investigadores que estudiaban la misteriosa muerte de cientos de kudúes –una especie de gran antílope– en Sudáfrica en la década de los 90 descubrieron un hecho sorprendente: los kudúes murieron envenenados por las acacias que formaban parte de su dieta diaria.
Resultó que para protegerse de los animales predadores, las acacias inundaban sus hojas con cantidades letales de taninos tóxicos y también diseminaban gas etileno en el aire para advertir a los árboles cercanos del peligro inminente.
De las experiencias de estos kudúes se extraen importantes lecciones para la humanidad. Si continuamos gestionando mal y abusando de los bosques de todo el mundo, podríamos correr la misma suerte que los kudúes.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el cultivo industrializado y la urbanización han reducido los bosques mundiales en 129 millones de hectáreas en los últimos 25 años, un área equivalente al tamaño de Sudáfrica.
La cantidad de carbono almacenada en los bosques mundiales ha descendido consecuentemente en casi 11 gigatoneladas, lo que equivale a cerca de un tercio de la cantidad de carbono generada por las actividades humanas, ocasionando un drástico aumento en la concentración de dióxido de carbono que causa el calentamiento global (CO2) en la atmósfera.
En mayo de 2019, la concentración de CO2 en el aire alcanzó 415 partes por millón, el valor máximo en la historia de la humanidad.
Así, con el mundo luchando por limitar el calentamiento global a solo 1,5°C con respecto a los niveles preindustriales y por reducir las emisiones de CO2 en un 45% para el año 2030, nuestra incapacidad para utilizar razonablemente la madera se vuelve aún más absurda.
"Estamos destruyendo árboles y bosques, sin comprender que pueden ser nuestro mayor aliado a la hora de combatir el cambio climático", afirma el Dr. Ernst Zürcher, profesor emérito de Ciencias de la Madera en la Universidad de Ciencias Aplicadas de Berna.
400 millones de años de experiencia
En los últimos años, los aspectos benéficos de la captura del carbono por parte de los árboles han sido eclipsados por soluciones más novedosas y de mayor complejidad tecnológica.
Entre las más conocidas se encuentra la Captura y Almacenamiento del Carbono (CAC), que implica la construcción de una instalación de ingeniería a gran escala para atrapar residuos de CO2 de centrales energéticas industriales y almacenarlos bajo tierra.
Sin embargo, este método supone grandes costes iniciales y puede perder hasta el 75% de carbono a través de fugas.
También existe un campo emergente de geoingeniería, un plan radical para enfriar la Tierra artificialmente pulverizando aerosoles en la estratosfera o poniendo en órbita un espejo gigante que refleje la luz solar fuera de nuestro planeta. Pero los expertos no se ponen de acuerdo debido a sus implicaciones sociales, éticas y políticas.
Por otro lado, resulta relativamente más barato plantar árboles que cuentan con 400 millones de años de experiencia en la captura del carbono. Los árboles también enfrían el aire liberando agua en la atmósfera en un proceso conocido como evapotranspiración. Mejor aún: el carbono no se escapa de los árboles, a menos que se quemen.
El Dr. Zürcher señala que un sauce joven que desarrolle una biomasa seca de 75 kg en sus primeros cinco años de crecimiento captura 140 kg de CO2, lo que equivale a las emisiones producidas por un coche al recorrer 1.000 km.
"Los árboles son un eficiente mecanismo de absorción de carbono; puede decirse que tienen un efecto de bombeo. Es una solución más eficiente que la captura geológica de CO2, lo que habría tenido un impacto negativo incalculable sobre el paisaje", asegura el Dr. Zürcher.
Según varios estudios académicos, la reforestación está entre los métodos de captura de carbono más baratos, ya que capturar una tonelada de CO2 cuesta aproximadamente entre 25 y 50 dólares. Otras estimaciones lo sitúan a un coste muy inferior que ronda los 3,5 dólares.
Los árboles nos hacen ver el bosque
Pero el planteamiento del Dr. Zürcher va más allá de la reforestación y él lo explica así:
"Los árboles almacenan carbono de manera eficiente, ya sea en pie o no. Así que incluso si un árbol se tala para la construcción o para otros usos, como la fabricación de mobiliario, continúa almacenando grandes cantidades de CO2".
Por ello –afirma el Dr. Zürcher–, el uso más extendido de la madera como material de construcción desempeñará un papel clave a la hora de colocar al mundo sobre una base más sostenible.
La madera también ayuda a ahorrar energía a lo largo de la vida útil de los edificios gracias a sus propiedades aislantes del calor. Cada metro cúbico de madera utilizada como sustituto del acero o del aluminio reduce las emisiones de CO2 a la atmósfera en una media de 0,9 toneladas.
Incluso si se tiene en cuenta el coste de procesar y transportar la madera, su impacto de CO2 es negativo a lo largo de todo su ciclo de vida.
El Dr. Zürcher cita un estudio realizado en Alemania en el que se determinó que la energía de combustibles fósiles necesaria para procesar y transportar madera asciende solo al 15% de la cantidad total de energía bloqueada dentro de ella.Herzog, Natterer, Schweitzer, Volz, Winter: Timber Construction Manual
"Se trata de un cálculo interesante: si utilizas 1 caloría de combustible fósil, obtienes 7 calorías bloqueadas o capturadas; esto abre nuevas perspectivas", comenta este investigador.
"¿Qué deberíamos hacer con nuestras últimas reservas de energía fósil? ¿Las quemamos hasta el final como hemos hecho? ¿O las utilizamos para garantizar la transición ecológica y energética? Se trata de apostar por la inversión".